Desectorizarnos: El desafío para imaginar otras políticas culturales

Paola de la Vega Velasteguí
Universidad Andina Simón Bolívar

La crisis actual, perceptible en su crueldad y desigualdad estructural más honda en la pandemia del Covid19, ha dejado ver la compleja y difícil situación por la que atraviesan diversos trabajadores culturales del país. La falta de condiciones materiales de vida y de seguridad social, hoy más que nunca es evidente. Sin embargo, el problema de la cultura en Ecuador no estalla con la cuarentena y la paralización económica de espacios y actividades, sino que carga en sus espaldas permanentemente, y desde hace mucho tiempo, con una mochila plagada de debilidad institucional, egos intelectuales y proyectos personalistas, la herencia de una república de familias, clientelismo, silencio por agotamiento, precariedad y autoexplotación, acomodo y la marcada incomprensión de la clase política dirigente del país sobre los sentidos sociales que constituimos desde la cultura no como “sector” sino como colectividad. El sueño naranja, el PIB, el show y el espectáculo electoreros, la mirada asistencial y, en tiempos de crisis, el arte como instrumento de unidad y acuerdo nacionalistas, son el lenguaje legítimo de interlocución sectorial con los gobiernos de turno cuando hablamos de Cultura.

En este panorama, entre las preocupaciones que me afectan actualmente como investigadora, docente y gestora cultural, están dos: la una hace referencia al potencial político que tiene la cultura para pensarnos en colectivo y provocar transformaciones en proyectos de presente y futuro; y la otra tiene que ver con el trabajo cultural en escenarios aún imprevisibles. Comenzaré por esta última.

Decenas de jóvenes tienen acceso a una educación en artes y gestión cultural en universidades públicas o privadas del país o incluso fuera de él. Cumplir con el ideal de profesionalización sectorizada no ha implicado a la par garantías estatales relacionadas al derecho al trabajo, a poder vivir dignamente de estos oficios como se podría vivir de otros. La informalidad, la intermitencia laboral, el pluriempleo, la incomprensión técnica gubernamental de los modos de producir y accionar la cultura, entre otros, hoy salen a la luz con clamores y demandas de ayuda pública de los actores culturales vulnerados por la crisis del Covid19. Solo un grupo de “entendidos” parece tener empatía con esta angustia. Infinidad de oferta cultural de libre acceso, educa, acompaña, entretiene y reanima en el encierro y el aislamiento: en Ecuador, ese parecería ser el consenso agradecido. Sin embargo, los oídos de buena parte de la ciudadanía se cierran cuando ponemos a debate público cuánto cuesta “la cultura”, quién la paga, la dura realidad del trabajo cultural y la cadena involucrada de profesionales, servicios y actividades, muchas de ellas no remuneradas. Se ignora que los objetos y productos culturales de los que disponemos, en buena parte, suceden gracias a “el entusiasmo” de sus hacedores (Zafra, 2017). Aludiendo al personaje-metáfora (Sibila) del ensayo de la mencionada autora andaluza, comentaron alguna vez mis estudiantes: “Somos el club de las Sibilas”. Somos nosotras, nuestros cuerpos, nuestro tiempo, nuestros recursos, los que verdaderamente sostienen y subsidian la cultura.

Tras estas reflexiones queda claro que en nuestro contexto existe la necesidad de una pedagogía social sobre el trabajo cultural como materialidad y pensamiento crítico y no como resultado de una elevación iluminada con características de excepcionalidad o peor aún su representación como una labor complaciente al servicio del poder. Asimismo, y más allá de esta pedagogía, habrá que preguntarnos  si cuando todo esto pase queremos volver a esta normalidad “entusiasta” ¿Queremos vivir como Sibilas? 

En la precariedad hiperconectada, los entornos digitales y la promoción de consumos y servicios por este medio se volvieron dominantes para sostener parte de la cadena productiva del arte y la cultura; para un grupo de artistas y gestores es una estrategia autónoma inmediatista, base para la supervivencia material del presente. Si bien esto ayuda a cubrir necesidades básicas hoy, caeríamos -creo- en un error si dejáramos morir nuestras posibilidades imaginativas en esta boya salvavidas que vuelve a pensar en ciudadanías que participan en lo cultural solo a través de los consumos. Las prácticas artístico-culturales contemporáneas se constituyen de saberes transdisciplinares, experimentales, nómadas, colectivos, muchas veces inclasificables, que huyen de las etiquetas. Su transversalidad y su posibilidad de inserción en distintas esferas vitales, guardan la potencia política para los días que estamos afrontando y que vamos a afrontar. Apostar por esta transversalidad ampliaría la comprensión social de la cultura y el arte en su capacidad cuestionadora e imaginativa para la invención de otros modos de vida, y a su vez activaría articulaciones permanentes a otras problemáticas y demandas que nos afectan en común y que, como diría Victor Vich (2014), son aparentemente “no culturales” (soberanía alimentaria, movilidad, extractivismo, patriarcado, economía…). Desectorizar el trabajo cultural y ampliar socialmente las posibilidades de implicación de la creatividad es uno de nuestros retos. Reconozcamos: los problemas de la cultura se quedan en las organizaciones artísticas, en las aulas universitarias especializadas y en los diálogos sectoriales con las instituciones de gobierno. El covid19 ha resaltado también la urgencia de una pedagogía social y una discusión colectiva del lugar que ocupa la cultura fuera del entretenimiento, los límites tecnocráticos y las discusiones endogámicas.

Una política cultural -dice Marina Garcés (s/f)- puede apuntar hacia la necesidad de “desapropiar la cultura” para hacer posible otra experiencia del nosotros. Es decir, desesferizar la cultura, desectorizarla para trabajar con su potencial político y colectivo. La cultura no es asunto exclusivo de profesionales; los debates sobre ciudadanía cultural han profundizado con vasta literatura en estas discusiones. La cultura es una disputa política. El neoliberalismo es una configuración cultural hegemónica que excede  un tipo de gobierno o de política económica (Grimson, 2007). Lejos de lo que se suele pensar, a la derecha le importa mucho la cultura; porque precisamente esa hegemonía que nos habita, incluso sin que nos demos cuenta, determina nuestros comportamientos individuales y colectivos y hace que veamos un sistema económico-social y un modo de gestionar y entender la vida como “la normalidad”.

La pandemia abre un espacio para las ideas, para detenernos a pensar de modo situado en la posibilidad de restituir e instituir experiencias localizadas, de proximidad, barriales, comunitarias, que hoy van adquiriendo nuevos sentidos con la crisis del Covid19: cambio de consumos, políticas vecinales, volver a caminar, a usar bicicleta, reivindicar saberes domésticos y cotidianos, etc. Surge, entonces, la necesidad de pensar en espacios culturales pedagógicos, ampliamente participativos, donde realmente desaprender sea un norte político, y donde podamos deshacer nuestras certezas culturales. En los gobiernos de las ciudades creo que es un momento valioso para construir marcos de política que permitan redireccionar los recursos públicos de la cultura del espectáculo y el show electorero (que tendrán, al parecer, un prolongado receso) a estas experiencias de base comunitaria, de prácticas artísticas-culturales que, en tiempos de colapso dado por las contradicciones mismas del capitalismo, ha diseñado infinidad de iniciativas de recuperación de lo público.

Una política dirigida a estos efectos requiere del desarrollo de instrumentos técnicos capaces de trabajar con datos situados sobre los modos de producción de espacios culturales, de colectivos, de organizaciones, de emprendimientos, de experiencias barriales. El Estado no debería preocuparse solo por lo que puede contabilizar a través de datos tributarios, documentos de constituciones legales de organizaciones formalizadas, es decir, lo que tiene categorizado en su radar, y olvidar otras prácticas que difícilmente tienen representación “sectorizada” en el lobby político. Su preocupación fundamental está en aquello que no puede ver, ahí es donde ocurren las dinámicas experimentales, populares, vivas y comunitarias, las que permiten construir otros proyectos de sociedad. Esos puentes hoy se dibujan ausentes.

La ayuda estatal anunciada por el gobierno es necesaria para mitigar unas necesidades “sectoriales” agudizadas por esta crisis pandémica; sin embargo, ese no debería ser el marco de pensamiento para un proyecto político de cultura. La solución técnica con facilidad diluye luchas colectivas. El fondo concursable para la contingencia tampoco debería dejarnos satisfechos y silentes. Bien sabemos que en un país rentista, con los precios del petróleo por el suelo, el Presupuesto Nacional del Estado no dará prioridad a la Cultura. También sabemos que el crédito y la deuda, que aparentemente pueden dinamizar “el sector” a futuro, nos condenan a vivir como Sibilas. Las medidas de incentivo fiscal, de estatuto filantrópico, suelen tener ciertos usos económicos y políticos y beneficiar a espacios y prácticas culturales que no incluyen aquellas más emergentes y experimentales, donde la cultura se organiza de modo transversal y colectivo, incluso a veces “improductivo”. Fuera de  los límites que nos ha impuesto la lógica sectorial, la crisis del Covid19 nos abre ventanas para imaginar otros proyectos de vida donde la cultura se entrecruce con otras disputas sociales por lo público, lo comunitario, otra experiencia del nosotros.


Textos citados

Garcés, Marina. “Abrir los posibles. Los desafíos de una política cultural hoy”, s/f. En: http://www.espaienblanc.net/marina/wordpress/wp-content/uploads/2010/08/ABRIR-LOS-POSIBLES_MarinaGarces.pdf

Grimson, Alejandro (comp.). Cultura y neoliberalismo. Buenos Aires: CLACSO, 2007.

Vich, Víctor. Desculturizar la cultura. La gestión cultural como acción política. Buenos Aires: Siglo XXI, 2014.

Zafra, Remedios. El Entusiasmo. Barcelona: Anagrama, 2017.

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2 comentarios sobre “Desectorizarnos: El desafío para imaginar otras políticas culturales

  1. Artículo interesante, pero innecesario. Como tantos otros, está perdido en abstracciones y desviado por un tufo ideológico. Me atrevo a hacer las siguientes preguntas a la autora:
    ¿Necesita la cultura un ministerio?
    ¿No es prostituirla al poder financiarla con los recursos públicos?
    ¿Por qué el artista y el gestor cultural deben convertirse en Semi burócratas?
    ¿Qué separa «pensar en espacios culturales pedagógicos» de un adoctrinamiento de tal o cual tendencia?
    ¿No sería mejor, a largo plazo para la cultura, los artistas y los gestores culturales romper la dependencia hacia los recursos públicos para que los productos culturales valgan por sí mismos?
    ¿Y a la final cuáles son los «otros proyectos de vida donde la cultura se entrecruce con otras disputas sociales por lo público, lo comunitario, otra experiencia del nosotros.»?

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