Óscar Andrés Morales
Género: Ensayo
Creadora: Kosakura Ángel Burbano
Título de la obra: Hardcore Kusi Pichiw. Reflexiones de una travesti ecuatoriana
Editorial: Recodo
Año: 2021
Lugar: Quito,Ecuador
Cuando uno empieza a ser consciente de su propia diferencia sexual no existe un referente de los sentimientos y atracciones que se manifiestan en su cuerpo; los primeros acercamientos de reflejo al propio deseo homosexual, al menos para los maricas nacidos en el contexto de la criminalización de lo joto y la marimachería, llegaron por medio de series y películas. Dream Boy (2008) fue uno de esos encuentros, aunque el film intenta enunciar varias situaciones de violencia, hay otros elementos que llaman la atención al espectador. La película intenta desarrollar la relación que existe entre dos adolescentes gays, en algún sector rural del sur de los Estados Unidos, en un entorno donde parece que la religión es uno de los elementos que marca la vida de la comunidad y, por ende, su forma de comprender el mundo. Ante esto surgen varias preguntas: ¿Existe la posibilidad de que haya un lugar de encuentro para los maricas en los distintos sectores y en las distintas épocas? ¿Cómo me comunico, me acerco, abrazo, toco otros cuerpos con mis mismos deseos?
La respuesta quizá llega cuando los jóvenes para poder vivir su romance empiezan a habitar sitios poco transcurridos: el cementerio en la noche, el autobus en su parada de salida, entre otros; es decir, los maricas nunca han tenido un lugar para vivir, sino que han tenido que construir los lugares para hacerlo y en muchos casos nacieron como lugares del secreto, subversiones ocultas del espacio público, profanación de la civilización ritualizada en el deseo de acercarse al otro, de sondear la intimidad propia y la del posible amante. Para ello, la ubicación exterior no tiene relevancia, lo que importa es que la visión de lo que sucede como acto íntimo entre dos ellos esté negada a los demás.
Para que surja el espacio de la intimidad clandestina donde explota el cuerpo, como escribe Leonor Arfuch (2005), hay que sentir el “cuerpo como límite, como umbral que une o separa de los otros, y también el hábitat, la casa —una atmósfera tanto como una materialidad—, relaciones —con quienes compartimos—, pasiones, sexualidades, objetos, prácticas” (239). Esto manifiesta que el espacio ha nacido cuando el cuerpo ha generado una marca en el territorio común, público, que los individuos reconocerán por su experiencia allí. Esta narración, esta búsqueda de lugares para ser/existir, también aparece también en los diarios de Kosakura: una búsqueda que se mueve junto a ella en sus lugares de tránsito.
Linda McDowell (2012) escribía, quizá, con toda la rabia “Un cuerpo, aunque no todos los estudiosos de la geografía lo crean, es un lugar”. En su interior se desarrolla lo que los estados–nación condenan a través de sus sistemas legales o morales. Por eso, abrir las páginas de Hardcore Kusi Pichiw es precisamente recorrer las difíciles superficies que, a través de la historia, han tenido que construir lxs maricas para poder sobrevivir al cumplimiento obligatorio del manual de buenas costumbres permanentes, que a pesar de los dos mil años transcurridos desde el punto de referencia del tiempo siguen siendo las mismas.
Hablar de los cuerpos es hablar de un territorio en mutación constante que se presenta como espacio de la experiencia, la misma que se ha creado en relación con los lugares físicos de tránsito y las sensaciones a las que se han enfrentado los cuerpos en ellas y se manifiestan a través de la memoria bajo el velo de la comodidad o la alarma de inseguridad que se traduce en el anhelo de llegar pronto a casa: se expresa en los pasos apresurados y en la mirada que vigila hacia todos los lados. Todas esas no son únicamente señales, son marcas, leyenda a pie de página que advierte a otros las posibilidades de sucesos a las que se podrían enfrentar al pasar por parte de ese territorio.
Los recuerdos que se presentan en Hardocre Kusi Pichiw se construyen como una ermita sagrada, un hábitat de los deseos, sueños, anhelos más profundxs de unx niñx que no se halla en el mundo, porque le han dicho que no es de ellx. Aparecen los juegos infantiles, las muñecas, las tramas, una exteriorización de ser que explota el cuerpo para dar forma a otro territorio completamente nuevo. La búsqueda de la identidad fuera de la nominación obligatoria aparece sin disfraz abrazando una muñeca hecha con fundas de basura y trapos. Cabría aquí la pregunta: ¿cuántas veces, quizá desde mi suposición, no habría querido Kosakura ser ella quien usará esos vestidos?
Si es posible pensar las consecuencias por exhibirse con el sueño pleno de ser, los diarios nos dejan claro cuáles fueron: primero, la condenación carcelaria y, segundo ,el destierro. Aquí se levantan los tan variables traumas que a todxs lxs maricas nacidxs en los noventa, ochenta y décadas atrás, les tocó vivir en el sistema de educación del Ecuador. La división de los colegios en masculinos y femeninos iba formando nuestras conductas al gusto y sabor del machismo del profesorado, de egos institucionales donde la violencia contra lxs cuerpxs diferentes era aplaudida por los méritos inalcanzables de corregir aquello que ha sido torcido. Escribe Kosakura: “esa maquinaria autoritaria-militar (rectores, inspectores, etc) cumplen un papel de policía de la moral que se materializa en el encierro, un sistema criminal de la diferencia”. Esta confesión contiene la desaparición y extinción de todo cuanto el cuerpo puede manifestar para ser, vivir, relacionarse. Es el testimonio más vivo de que los mandatos sociales y familiares, y sus aliados estatales, encontraron la forma de que la diferencia se convirtiera en una sombra en la esquina de los salones de clase: un cuerpo estático en los patios, una voz ausente que no encuentra otras voces con las cuales relacionarse para poder transmitirse afectos, cuidados y apoyos mutuos, porque conoce muy bien que los riesgos son demasiado altos.
Con todo esto huir,[i] no irse, es siempre una opción. Lxs maricas aprenden a migrar, de forma permanente, entre las formas del cuerpo que les toca habitar y el cuerpo habitante que se sale y se muestra. Junto con esa migración, que desarma el cuerpo para poder vivirlo, existe y está presente una migración territorial de las llamadas zonas rurales a la ciudad. Kosakura vive este cambio del entorno y se encuentra con las dudas, las incógnitas y los temores constantes y permanentes. Al salir a la zona urbana deja la soledad de los náufragos, pero no lograr hallar una comunidad habitable. Más bien, pronto se dará cuenta de que en la urbe cada sujeto también construye sus propios muros, identidades inaccesibles que caminan espectralmente en la escena sexual clandestina que lleva décadas en el hoy distrito metropolitano: los cines pornográficos, el tropiezo casual en los baños de los parques y, más cercana a nuestra generación, la cita inmediata con desconocidos mediante internet. Estos bastan para la autosatisfacción, el encuentro no implica la búsqueda de cercanía. Así se encuentra con las prisas sexuales de los otros que, llevados por los mismos temores y prejuicios, minimizaron, para unx joven, el acto sexual a rostros, espaldas y anos sin un nombre: “recuerdo a un hombre encima de mí intentando perforarme las costillas. Al no tener conocimiento sobre el erotismo que emana de todo el cuerpo, ni sobre la base de laobligatoria eyaculación del falo en esta época viví los comienzos de mi vida sexual como un fracaso”. El nuevo territorio a donde se ha migrado es así el lugar del terror. Los cuerpos se construyen desde el miedo, y la resignación a la objetualización de nuestrxs cuerpxs es casi automática. Si algo queda claro en estos diarios es que la moral, la propaganda de las series euronorteamericanas no nos permitieron amar la intensidad de nuestras corporalidades: “¿Cómo pensar sobre esta maquinaria hard core masturbatoria?”, sentencia.
Sin embargo, el texto está atravesado también por el descubrimiento de otros caminos que no conducen a la miseria, un remanso que en la migración constante genera aliento. Kosakura empieza a tomar forma en las entrañas de un cuerpo. Angel Burbano por casualidad fija sus ojos en Sarahí Basso, para quienes no la conocen Daniel Moreno, a través de una pantalla y empieza a abrir su cuerpo a las genealogías de las madres de estas cuerpxs monstruas que habitamos. Quiero pensar que se descubre en purpurina, sus primeros vestidos, ya no colocados sobre sus muñecas de infancia sino sobre ellx misma. Se abraza y se repiensa, así: “parece perfectamente vigente y pertinente la consideración geográfica del cuerpo como lugar colonizado, traspasado, modelado por el poder pero que, a su vez, a través de un proceso transescalar de autoconciencia, resignificación y reapropiación, contiene el embrión para ofrecerle resistencia” (Bru, 2006, 486). Toma su nombre Kosakura, y empieza su nuevo recorrido: mutación de piel a ser observada con su propia lupa, plumas nuevas y viejas que se reconstituyen en la memoria no solo para borrarlas sino para manifestar los dolores de las tachaduras de la historia. Reconoce que en su cuerpx se encuentran las borradas de la memoria del mundo en nombre de la fe, las asesinadas en nombre de la legalidad, las encerradas en clínicas en nombre de la salud mental. Al adoptar su nombre drag queen reclama la herencia de todxs: la palabra y el derecho a ocupar un lugar en el mundo.
En Alexis y el tratado del inútil combate, Yourcernar (1984) comienza así:
Una carta, incluso la más larga, nos obliga a simplificar lo que no debieras simplificarse: ¡nos expresamos siempre con tan poca claridad cuando tratamos de hacerlo de una forma completa! Yo quisiera hacer aquí un esfuerzo, no sólo de sinceridad, sino también de exactitud; estas páginas contendrán muchas tachaduras: ya las contienen. Lo que yo te pido (lo único que puedo aún pedirte) es que no saltes ninguna de estas líneas que me habrán costado tanto. Si es difícil vivir, es aún mucho más penoso explicar nuestra vida. (25)
He aquí, a modo de diario-ensayo, la transcripción de lo indecible: lo impresentable del secreto de unx niñx guardado en su cajón se hace presente. Escritura hibrida que materializa la experiencia de un cuerpo hibrido que, sin miedo ya, habla de los encuentros con la desesperación pero también con la luz de quienes le mostraron el ca mino hacia su historia, puesta en escena que anima a morar el transcurso del día a quienes usaron siempre como morada el armario y la noche.
Textos citados
Arfuch, Leonor. 2005. Pensar este tiempo: Espacios, afectos, pertenencias. Madrid: Paidos.
Bru, Josepa. 2006. “El cuerpo como mercancía”. En J. Nogué y J. Romero (eds). Las otras geografías. Valencia: Tirant lo Blanch.
Burbano, A. Kosakura. 2021. Hardocore Kusi Pichiw. Reflexiones de una travesti ecuatoriana. Quito: RecodoPress.
McDowell, Linda. 2012. Género, Identidad y Lugar. Madrid: Cátedra.
Yourcernar, Marguerite. 1984. Alexis o el tratado del inútil combate. Madrid: Alfaguara
Notas de pie
[i] Se dirá huir como expresión concreta del acto de alejarse de situaciones de violencia a las que se enfrentan los individuos. El término “irse” puede caer en la generalidad del suceso de partir de cualquier lugar, sin una motivación intensa que manifieste el temor por el daño a la vida propia.
Excelente articulo