Roberto Ponce Cordero
Género: Narrativa.
Autora: Gilda Holst
Título de la obra: Gilda Holst: Obra completa
Año: 2021
Lugar: Guayaquil
Editorial: Cadáver Exquisito
Han pasado casi 40 años desde que, en 1983, Miguel Donoso Pareja famosamente declarara que el Ecuador no era país de escritoras. Lo que sorprende un poco, en retrospectiva, es que, justo en los años ochenta del siglo XX, se estaba configurando, en los talleres literarios dirigidos por el propio Donoso Pareja y en otros muchos espacios culturales y lugares geográficos del país, la que se convertiría en una de las grandes transformaciones o, quizás, hasta revueltas de la historia literaria del Ecuador: la irrupción de las escritoras en la literatura nacional, cambio paradigmático que, a más tardar en la segunda década del siglo actual, puso a las mujeres en una posición de centralidad en el mundo literario del país.
Una de las pioneras de esa revuelta literaria fue Gilda Holst, cuya obra narrativa, compuesta por tres colecciones de cuentos y una novela corta, acaba de ser reeditada por Cadáver Exquisito de Guayaquil en un libro recopilatorio titulado Gilda Holst: Obra completa (2021) y editado por Carlos Burgos Jara y por María Fernanda Pasaguay. Lejos de ser un referente olvidado, Holst es frecuentemente reconocida como una representante importante de la prosa ecuatoriana contemporánea; no por nada, se trata de una de las cuentistas más antologadas del país. El poder contar con toda su producción narrativa (además de un par de textos adicionales que pertenecen a los géneros de la dramaturgia, del ensayo y de la comunicación académica) compilada en un único tomo hace posible, no obstante, volver a posicionarla en el contexto de las transformaciones de la literatura nacional del último medio siglo, así como resaltar su voz única e irrepetible y la manera como esta se va construyendo y deconstruyendo de libro en libro, de cuento en cuento y, a veces, de párrafo a párrafo al interior de un mismo cuento. Efectivamente, al presentarnos sus libros back to back, la Obra completa nos permite hacer un atracón del trabajo literario de Holst, saltando de Más sin nombre que nunca (1989) a Turba de signos (1995), a Dar con ella (2000) y finalmente a Bumerán (2006), sin necesidad de parar para las pausas comerciales, por así decirlo: aquí no hay que desempolvar viejas ediciones y tratar de encontrar páginas arrancadas o palabras devoradas por las polillas, sino que tenemos el universo holstiano entero (la obra completa, duh!) en un solo lugar, lo que facilita establecer elementos principales de su narrativa y rastrear su emergencia, su desarrollo y sus rupturas y continuidades a lo largo de los años de ejercicio escritural de la autora.
Así, la lectura de la Obra completa hace más claro aún que, más allá de su condición de adelantada de la literatura femenina de Ecuador y de mentora espiritual u oficial de la actual generación de escritoras del país (algunas de las cuales fueron, realmente, estudiantes de Holst en las aulas universitarias), Holst es una autora destacada, fundamentalmente, por lo consecuente de su experimentación lingüístico-literaria, que incluye tanto una marcada tendencia hacia la metaliteratura y hacia la intertextualidad como una aproximación juguetona, llena de juegos de palabras y figuras retóricas, al lenguaje como tal; por su especial preocupación por el tema de la corporalidad, de cómo se siente y se narra en y desde un cuerpo (femenino); y por su carácter de cronista atípica de las idiosincrasias y de los modos de entender la vida de sectores de clase media y alta del Guayaquil de las últimas décadas del siglo XX, las del abismo roldosista y la así llamada “regeneración” bajo la hegemonía socialcristiana.
El primer elemento mencionado, el de la experimentación lingüístico-literaria, pone a Holst, como se ha remarcado en múltiples estudios, en la senda de Pablo Palacio (la narrativa del escritor lojano fue tema de tesis de la académica Holst; en la Obra completa se publica, por primera vez, un fragmento de dicha tesis) y, más generalmente, en el de las vanguardias latinoamericanas. Desde “El escritor”, literalmente el primer cuento del primer libro de Holst, hasta “Intermedio o borrador”, último cuento del último libro de la autora, pasando por “La voz en off”, pieza central de Turba de signos en la que se mata simbólicamente a Medardo Ángel Silva y a José de la Cuadra para promover una literatura más subjetiva y más situada (“La voz en off” sería el manifiesto de la irrupción de las escritoras en la literatura ecuatoriana de los últimos 30 años, si dicho manifiesto existiera), la narrativa de Holst contiene innumerables ejemplos de una reflexión casi constante no solo sobre cómo se construyen los textos literarios, sino también sobre cómo se construyen los discursos de la verdad y del sentido común en una sociedad patriarcal en la que, como en la ecuatoriana, dichos discursos son connotados como masculinos. Asimismo, los juegos de palabras, las onomatopeyas y las asociaciones lingüísticas consciente e intencionalmente graciosas pueblan gran parte de la obra de Holst, como por ejemplo toda la novela Dar con ella y gran parte de la colección de cuentos Bumerán, en lo que puede ser interpretado como una apertura de espacios de libertad lingüística y estilística, y por lo tanto de espacios de posibilidad, en un idioma estructurado y academicista y, en definitiva, también patriarcal.
El elemento de la preocupación de Holst por la corporalidad y por la materialidad del cuerpo, a lo largo de toda su producción, se hace también más notable al leer de corrido la Obra completa. Esto está relacionado, por descontado, con la sensibilidad femenina que filtra los diferentes puntos de vista de las narraciones de Holst: cuentos como “Reunión” (de Más sin nombre que nunca y, de lejos, el más antologado de la autora), “Turba de signos”, “Debo a las novelas” y “La competencia” (todos de Turba de signos) son casi palpablemente corpóreos, al igual que Dar con ella, que de hecho inicia con una larga e incómoda escena en la que una de las protagonistas teme estar menstruando en una reunión social de clase alta de Guayaquil.
Y es que Guayaquil, el tercer elemento arriba mencionado como característico de la narrativa de Holst, aparece como personaje del primero al último de sus libros, pero no necesariamente como lugar geográfico concreto (aunque también, en cuentos como “Apenas a un metro sobre el nivel del mar” o “Más sin nombre que nunca” de Más sin nombre que nunca o en “Malecón 43 o la hora del cebiche posible” de Bumerán, por ejemplo), sino más que nada como espacio cambiante y conflictivo de confluencia caótica de voces disonantes que, en su suma y en su permanente repetición ad nauseam de interacciones sociales basadas en convenciones inamovibles y que, sin embargo, se mueven, constituyen la ciudad. Piénsese, al respecto, en textos como “La cara pública de Santiago”, de Más sin nombre que nunca, en el que Santiago de Guayaquil es un conjunto de soliloquios que, en agregado, conforman un gran y único sinsentido; como “Por ejemplo”, de Turba de signos, en el que la guayaquileñidad equivale a una performance constante de roles asignados en estructuras invisibles pero que nadie desconoce; o como “Intermedio o borrador”, de Bumerán, en el que se registra, desde una perspectiva surrealista entre divertida y hastiada, la cháchara intrascendente del guayako aniñado de la generación de turno.
Estos y otros aspectos de la narrativa de Holst pueden ser trazados ahora con mayor precisión y con una más fina contextualización cultural e histórica, gracias a la publicación de la Obra completa por Cadáver Exquisito. Por ello, este libro constituye un aporte para la investigación literaria de nuestro país, así como, sin duda, para el rescate de una autora imprescindible que, aunque de ninguna manera olvidada, merece ser leída más y mejor, así como desde cada vez más diversas perspectivas, por su importancia para ya diversas generaciones de la literatura ecuatoriana y regional.