“Todo lo que te permite mantenerte vivo en esta sociedad occidental no puede ser negociable”

Daya Ortiz Durán

Primera parte

Me es difícil separar la importancia del matrimonio igualitario y lo que eso representa para la diversidad de género. Ahora que lo pienso, quizá no haya porqué hacerlo. Tal vez no se trate de separarlo, pero sí de organizarlo.

Es muy complejo sentirse persona en esta ciudad, en esta cuadra.

Es muy complejo sentir esta necesidad ansiosa de hablar. Soy un cuerpo-verborrea y por ello requiero de formas para drenar. Soy un cuerpo que recita para sus adentros, con un tono, un ritmo. Estoy oralizando todo el tiempo. Me hablo para no asustarme tanto en la calle. Me hablo, para no emputarme tanto con el otro, que también es un cuerpo-verborrea.

Me es demasiado difícil pelear/habitar el día a día en la ciudad. Todavía más, sola. Me quitaron la posibilidad de recorrer en mi autocompañía con calma.

Llevo esta cara al espacio público para que no interrumpan mi conversación conmigo misma. Me refiero a aquella que llevo en la cabeza.

Mi objetivo en la infancia fue convertirme en todo lo que necesitaba/quería y esperaba de otra persona, porque entendía que de otra manera me sería difícil acceder a relaciones gámicas convencionales. Esto, en realidad, ha sido y es una ficción, porque no existe autosuficiencia absoluta como tal. Somos animales con límites, como otros tantos mamíferos, y -sobre todo- somos ‘sociales’. Eso último me tomó años de entender; es decir, comprender las dimensiones que tiene la vida al crecer y sus implicaciones. Y esto, porque también vengo de contextos de privilegio social y económico.

Aprendí a gestionar muchísimas cosas sola y a entender las veces en que todo pudo fluir mejor si hubiese aceptado que las personas se acerquen, si hubiese pedido ayuda u otro tipo de actividades humanas completamente saludables. Entendía, de alguna manera, que al crecer, no me sería tan fácil el acceder a relaciones de pareja convencionales.

Todo ese horror que causa el otro no es más que la manifestación de la pregunta cruda que les implica esta otredad: Si esto existe así, ¿yo soy cierto, real? (Con ‘esto’ me refiero a mí: En la calle lo comentan al pasar, hace 10 años, todos los días: ¿qué es eso?, señalando hacia a mí con algún gesto). La violencia ejercida, es, sencillamente, la evasión radical de esa pregunta. Esa interrogante trae consigo el nunca permitir que ese otro se instale en su sistema humano, ya que lo corrompería, lo destruiría. Si los cimientos de una estructura cuando está lo suficientemente avanzada son cuestionados, se pone en riesgo la estabilidad de su funcionamiento. Se trata de evadir el quiebre a como de lugar. La más inmediata de sus formas es proyectarla en el otro. No siempre como pregunta sino, muchas veces, como sentencia.

La soledad debe ser libre y voluntaria, como el ejercicio de asociación entre personas. Si los derechos laborales, conyugales, parentales, sexuales son de libre acceso para el mundo heterosexual, aunque no me interese –por ejemplo- casarme, es fundamental TENER EL DERECHO a aquello; es decir, a los mismos derechos y opciones. ¡No me quiten la posibilidadad de disentir, de tomar mis propias decisiones! Cuando se le quita ciertos derechos a las personas, se están  tomando decisiones que definirán sus vidas. Y, con ello, su experiencia en el mundo, sus relaciones sociales, económicas, afectivas y –sobre todo- psicológicas; o sea, HUMANAS, en su totalidad. Aceptar esto, interiorizarlo y neutralizarlo significa muchísimas cosas, entre ellas varios tipos de mensajes: “Está bien que tú puedas acceder. Es legítimo”. “Está bien recibir esta violencia. Está bien ocultar quien eres para que no te violenten. Está bien que no puedas planear un futuro porque por lo general, no se suele llegar a una edad que lo permita”.

Segunda parte

Pasan los años y me pregunto si todxs llevan consigo a su niñx interior con miedo.

Nos veo a todxs con muchísimo miedo. Y cuando veo ese miedo en los ojos de alguien más, siento que nuestrxs niñxs aterradxs, por un segundo, logran encontrarse: como cuando me encuentro con un/a igual en la calle y nos miramos y me veo a mí mismx reconociendo a la otra.

Cuando hablo de esta sensación de encontrarse con un igual sé que hablo desde un sentido romántico absoluto, porque nadie es igual a otro. Sin embargo, lo digo tratando de bosquejar la experiencia de encontrarse en un lugar lleno de puntos azules al ser un punto naranja y, repentinamente, encontrar a otro punto naranja en el espacio. Estos reconocimientos tienen que ver con el forjarse a sí mismxs en el territorio, con la supervivencia. En el mundo heterosexual es algo que está institucionalizado, inscrito y estructurado desde que el mundo es mundo, porque está diseñado de esa manera. Pero en el mundo marica de este tipo de reconocimientos puede depender que vivas, comas o existas mañana.

No hablo solo de tener referencias a las que parecerte, sino de personas con las cuales poder aliarse. Esta palabra suele saltar a la vista cuando la he mencionado en espacios heterosexuales, con hombres hetero-cis, principalmente. Por tal razón, necesito explicar una cosa que nadie me ha pedido: Cuando habitas un mundo diseñado para ti, tu experiencia en el mundo será radicalmente distinta a la de otro ser vivo que responde a otro contexto cultural específico en un momento histórico también particular. Esto quiere decir que, literalmente, la experiencia que se habita en el propio cuerpo entero será radicalmente distinta a la que atraviesa otro, según el espacio y las circunstancias en donde vive. Cuando no es posible habitar un lugar de privilegio en la esfera de tu contexto de preferencia: ya sea de género, sexo, etnia, clase, nacionalidad, neurodivergencia, discapacidad, etc, eso conlleva a experimentar el mundo viviendo la diferencia. La implicación de ello es que –de una u otra manera- se está obligado a crecer decidiendo entre el binarismo que persiste, incluso hasta nuestra generación, que implica normarte a los patrones establecidos, o  aliarte con gente que decida no hacerlo, de la manera y forma que eso signifique para cada grupo/comunidad/colectividad. Por eso el sentido de familia nos recorre de otra manera. Una manera que, cabe enfatizar, históricamente no ha contado con derechos.

Lo antes dicho me ha movilizado, a mis 26 años, a plantearme estrategias con amigues y compañeres que tienen de 30 años en adelante, para asegurar nuestra vejez de alguna manera: en colectividad. Esto, porque sabemos y entendemos que al Estado, en 30 años más, podríamos seguirle importando un carajo. Y que la vejez marica y trans es casi inexistente; y, cuando se alcanza, es completamente desatendida. Queremos tener una vejez digna, pero, primero, tener la posibilidad de imaginarnos vivas para entonces.

Mucho de lo que enunciamos parece exagerado, obvio o innecesario para el mundo hetero-cis, ya que estructuralmente las cuestiones que a nosotrxs nos inquietan tal mundo las tienen ganadas desde la cuna (en esa esfera de contexto específica). Sin embargo, es importante que se entienda que para nosotrxs, son lugares que todavía deben ser luchados.

Espero estar viva para ver a la generación de gente marica y trans que ya no tenga que luchar por salir a vivir la calle. Y pienso, como dice Sarah Hebe: “nunca cambiarás cuestión de cuna; para el nacimiento no hay vacuna”, por lo que es imprescindible que imaginemos otras relaciones que nos garanticen la vida. Desmontar las violencias aprendidas y vividas es un trabajo que nos toca a todxs, para dejar de violentarnos y reproducir nuestra propia autodestrucción.

Quiero estar viva y quiero poder desearlo, decidirlo y planificarlo con otras personas, dignamente, como cualquier otra persona heterosexual y cisgenero de este país.

Para concluir, el tema del matrimonio igualitario me ha recorrido por dentro no solo en lo que me significa la familia a nivel singular, sino, también, en cuanto a su historia y la herencia de un archivo.

Tercera parte

Conversando con una persona amada, Christian Xander, reflexionábamos acerca del Estado-Nación. Él tiene una capacidad tremenda y muy viva de asociación y abstracción. A veces es un poco difícil seguirle el hilo, pero cuando se lo escucha con la suficiente atención sensible es fácil ver la lucidez y genialidad de lo que conecta.

Entendemos que uno de los mayores terrores de la Patria es dejar de tener civiles con valores afines a ella, dejar de contar con aquellos que luchan para producir a más civiles obedientes, en la medida de las posibilidades que ofrece el capitalismo. Patriotas, heráldicos, hereditarios, paternalistas: palabras que anudan la lengua de Christian. Las desarrolla con astucia. Me las escupe. Yo las mastico, las pienso. Las recorro en los pasillos de una ferretería con él. Pienso en mis propios cuestionamientos sobre la herencia, la sangre y la historia familiar. Esta última, planteada por él desde el sentido de los escudos de familia en relación a la historicidad que contienen los escudos de las Patrias.

Pienso inmediatamente en el álbum familiar de los hombres de mi familia materna. Un viejo archivo cocido en cuero café, con olor a burócrata de los 70’s. Este álbum ha estado décadas esperando para continuar con la tradición de llegar a las manos del siguiente primogénito varón. Este año se cumplió.

Llevo años preguntándome qué diablos pasó con la historia de las mujeres de mi familia. ¿Qué pasó con las historias no heroicas, ni paternales, ni grandilocuentes de mi familia materna? O, más bien, ¿Por qué diablos sí es importante registrar, conservar, transmitir generacionalmente el archivo de una parte de la familia basada en el género como lugar de poder y trascendencia?

Me molesta que el sentido de trascendencia sea tan esencialmente fálico.  Y allí me encuentro yo, preguntándome cómo es posible pensarse mujer en este país (que es el único que he habitado en mi vida). Ahora que soy más grande, yo como sujeto significo más cosas de las que puedo controlar en la calle y pues, en este ensayo de adultez temprana, habitar un barrio está bastante lejos del sueño adolescente de convivir con tus compas cerca y cotidianamente.

Me pregunto si el matrimonio igualitario lograría hacer posible que más barrios se familiaricen con otras formas de familia. ¿Y si no? ¿Qué hacemos? ¿Cómo nos organizamos? Estas preguntas llevo masticándola todos los días desde que salí de casa de mamá y papá. No es que esté buscando casarme, pero sí planeo asociarme a largo plazo con personas, que tal vez decidan también hacerlo… o no, quién sabe. Lo importante es reconocer que, desde afuera, a nuestras formas de vida se le asignan lecturas que a lxs maricas nos exceden. Las personas llenamos los vacíos de lo que no entendemos con cosas que nos permitan explicárnoslo de alguna manera, porque el vacío que provoca lo desconocido nos aterra. A veces, estas interpretaciones pueden tomar formas violentas, como las que vivimos y vemos cotidianamente en noticias de Latinoamérica, Ecuador y el mundo: Otra compa cuyo cuerpo muerto ha sido encontrado en un río. O levantarme con la noticia de que les quemaron el bar a las compas lesbianas que se levantaron el negocio en el barrio.

He crecido entendiendo que puedo ser la próxima lesbiana, marimacho o maricón de turno a ser desaparecidx, quemadx, golpeadx, humilladx. Mi trabajo es mantenerme vivx a mí y a mi comunidad tanto como me sea posible.

El trabajo profundo que hay que hacer con la legalidad, entre muchas de otras cosas, tiene que ver con entender que todo lo que te permite mantenerte vivo en esta sociedad occidental no puede ser negociable. Los derechos humanos no se negocian, se exigen.

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