Karen Barba
Más de una vez las tensiones acaloradas sobre el matrimonio, sobre aquello que existe detrás de la propuesta de lucha por la equiparación de derechos, me ha dejado un sin sabor. Lo digo porque me nace inmediatamente la pregunta: ¿cuál será el siguiente paso para la búsqueda de la igualdad?
Por mi formación de izquierda, la ilusión de la igualdad liberal nunca fue ni será un método real para alcanzarla, ni mucho menos va a resolver las condiciones de injusticia social que tanto golpean a nuestro continente. Para mí una de las condiciones básicas para la existencia plena de igualdad es la disminución de la pobreza, el combate al machismo y al racismo. Tales cuestiones no pasan por la celebración de contratos entre (casi siempre) la dualidad eterna del dos para la administración de bienes entre privados, y mucho menos por la custodia y acceso a herencia o la toma decisiones sobre salud.
Según l@s impulsador@s de la teoría de la deconstrucción, un matrimonio celebrado por outsiders nunca será lo mismo . En las palabras de l@s adict@s a la postmodernidad: será solamente un “otro matrimonio”, porque dos cuerpos socializad@s indisciplinad@s, tienen un marco simbólico ajeno a esa construcción de normalidad que aplasta, cambiando las reglas para su propia comprensión.
La verdad no estoy tan segura de todo ello, sobre todo porque parecería tener un efecto muy trágico para algún@s de los grupos LGBTI que apoyan a esa causa, convencernos que es posible vivir como ‘heterosexuales’, con los códigos, los planes y los anhelos de vida típicos del prototipo social privilegiado para el consumo normalizado. Quiero decirlo en la medida en que he celebrado una unión de hecho en Ecuador y que también actualicé los datos públicos en mi cédula de identidad en el 2016 (en mi defensa diré que solo fue para agilitar los trámites en entidades como: CNT, SRI, IESS; pero sin buenos resultados). Asimismo, en el contexto de haberme ido hasta Argentina, en 2019, para contraer matrimonio con mi pareja (del mismo sexo), por una sencilla razón: convivo ya 11 años con ell@ y tenemos un proyecto de vida junt@s. Hemos creado, de alguna forma, ‘lo común’ en nuestro cotidiano, algo ni liberal, ni conservador, ni republicanista, ni anti sistema; simplemente hemos coincidido para organizar nuestro espacio común, en la medida de nuestras expectativas y deseos.
¿Qué pasa si nuestros deseos son ajenos a los deseos de consumo a los que digo oponerme? Y aún más profundo que eso: ¿Es tan fácil, como se ha dicho, salirse del dominio contractual porque el ejercicio de autonomía reacciona a cualquier mandato abusivo a través de manifestaciones de rebeldía? ¿Existe un llamado a la normalidad en la que los derechos LGBTI están siendo usados como comodín útil en la contienda política Estatal? … Estas son preguntas que me saltan a la mente, con algunos niveles de reflexión sobre las posibles respuestas.
Aunque concuerde en la estrategia de desheterosexualizar las instituciones sociales consideradas históricas, reconfiguradas recientemente con la construcción del Estado Liberal, existe (a mi saber) una línea un poco frágil sobre cómo construimos nuestras preferencias, sobre las elecciones que hacemos, si realmente son libres y si la voluntad es digamos, de cierta manera, propia.
Lo digo a pesar de que no deja de sorprenderme esa obsesión de algunas personas contrayentes del matrimonio cde sacralizar la unión por medio de los mismo rituales de demostración afectiva católico cristiana como: la monogamia, la jerarquización de género en las relaciones domésticas, el blanqueamiento de la prole, etc, etc. En todo eso se manifiestan algunas incomodidades con el asunto del matrimonio: no puede ser –a mi criterio- que en pleno siglo XXI los que sigamos defendiendo el amor romántico seamos este batallón de disidentes. Lo digo porque me parece raro concentrar nuestros esfuerzos en justificar un callejón sin salida llamado AMOR, cuando todo lo contractual está históricamente diseñado para administrar la sociedad de bienes.
Me parece que -como mínimo- habría que redactar una cláusula adicional al matrimonio civil igualitario, que comprometa a las partes a desobedecer cada una de los artículos anteriores, siempre y cuando, claro está, sea de mutuo acuerdo.
Por eso han saltado como piojos en peluca en la capital Carioca, al enterarse de la unión estable no monogámica entre tres mujeres en el Brasil. Los pobres espectadores de semejante desacato sintieron cómo les hervía la sangre y se les bajaba la presión, al constatar que la frase célebre: “como marido y mujer” se perdió dentro de una botella de vidrio en alta mar.
Al parecer, se trata de desheterosexualizar las instituciones sociales vs heterosexualizar las prácticas disidentes a partir de modelos de consumo racializados y Cisgéneros. Esto parece juego de palabras, pero arroja un largo contenido si lo pensamos desde lo que quedó afuera del mandato contractual.
En primer lugar el adjetivo de Civil puede ser interpretado como el ejercicio del Estado Laico para regular los derechos civiles, pero es sabido que el Estado y la Iglesia están más casados ahora que nunca. Parecería una forma más de protección sobre los lugares grises, en los que se determina el fin de derecho, o sea, la protección de las prácticas confesionarias.
Aunque suene trillado, el ámbito netamente juridicista en el que camina el frente organizado LGBTI, perdiendo o pormenorizando la apuesta del cambio en la atmósfera cultural, coloca la lucha en el cuerpo a cuerpo en la competencia y la negación de la diferencia. Nos deja sin nuestras herramientas radicales por excelencia: la irreverencia, la risa sarcástica contra la “respetabilidad” y las “buenas costumbres” con la que pretenden hacer de nosotr@s, personas “normales”.