Gabriela Ponce Padilla
Conocí a la escritora cubana Martha Luisa Hernández en el seminario para dramaturgos Panorama Sur, en Buenos Aires, hace un par de años. Desde su primera intervención, cuando comentaba el texto de algún compañero, me llamó la atención su forma de escuchar y responder al trabajo de los demás: una manera urgente y lúcida de tejer sentidos, de obrar con la palabra ajena, una hospitalidad afectiva y arrojada hacia los otros. Escuchar sus textos, fue una sorpresa igual de emocionante. Fui testigo, en ese mismo contexto, de las primeras lecturas de la obra Tornado que ahora presentamos completa en esta sección de Vitrina. En el modo en que Martha Luisa planteó un escenario de devastación estallaban universos afectivos y políticos que nos dejaron mudos, que nos hicieron reír y nos estremecieron con la fuerza de lo irónico y también de lo tierno, escenarios tan tristes como amorosos que ella leía con la gracia y la potencia de su cuerpo de performer.
Tornado es una obra que se despliega en escenarios diversos que se desfiguran en su modo de representar la catástrofe y a la vez de resistirse a cualquier representación verosímil de un hecho real. En esa resistencia se juega la forma dramática, los personajes, la acción: en esa tensión que al extrañar religa lo heterogéneo del pasado y el presente, habilita múltiples lecturas sobre la lesión y el trauma, despliega correspondencias inauditas entre lo íntimo y lo político. Todo esto con el humor y la desproporción de una teatralidad también irrepresentable, y por ello tan potente para encontrar su materialidad en el escenario y en el cuerpo.