Por Daniela Alcívar Bellolio
Instituto de Literatura Hispanoamericana
Universidad de Buenos Aires
Género: poesía
Autora: María Auxiliadora Balladares
Título de la obra: Guayaquil
Reconocimiento: Premio Pichincha de Poesía 2017
País de origen: Ecuador
Un cuerpo roto, un cuerpo enfermo, un cuerpo deseoso, un cuerpo geográfico, un cuerpo en el límite, un cuerpo animal, un cuerpo familiar, un cuerpo disgregado, un cuerpo fragmentado, un cuerpo-paisaje, un cuerpo-guayaquil, un cuerpo-carne y un cuerpo-recuerdo, un cuerpo poético, un cuerpo amante, un cuerpo con miedo, un cuerpo genealógico, un cuerpo vivo proyectado a la muerte, un cuerpo hecho de los todos los linajes del afecto y de la sangre: las imágenes fulgurantes de Guayaquil, el más reciente poemario de María Auxiliadora Balladares.
El volumen abre con “Cadera”, dolorosa escritura de la rotura de un cuerpo en su justo medio, exploración de la enfermedad y búsqueda poética de sus fuentes y sus destinos: la muerte del padre como vía que conduce la enfermedad –el hecho de que la pérdida no deja nada como estaba–, grito ante la imposibilidad de abrir las piernas. “El fémur tiene la forma de un cetro / En él siempre nos amamos, amor, en el lugar de las caderas / Donde me parto en dos / Donde grito dormida cuando olvido que mis piernas no pueden abrirse ya”, leemos y esa rotura simétrica, ósea, cala y duele, duelen sus variables (las del amor vulnerado por la fractura del cuerpo, la de la irreversibilidad que implica la irrupción de la orfandad).
La enumeración (incompleta) del inicio de este texto responde al deseo de mostrar el lugar central que en Guayaquil ocupan el cuerpo y sus avatares, sus amenazas, sus peligros y sus goces. María Auxiliadora Balladares performa una especie de investigación de sí: se mira y encuentra potencias y vulnerabilidades, rastrea la fragilidad de lo que depende de procesos invisibles (“Debajo de la piel todo acontece”) y también las potencias ocultas en la capacidad de amar y de entregarse y de tomar que tiene su cuerpo (“Ya sabes que me gusta montarte / Con desesperación / Y en cualquier lado”, leemos en la sensual cadencia de “A mí también me gusta Marosa di Giorgio”, uno de los poemas más poderosos del volumen).
Es un espectro amplio y conmovedor, plácido, diáfano, fatal, capaz de transmitir una inmediata alegría y enunciar con sutileza su correspondiente estela melancólica: “si seguimos caminando, subimos el paso a desnivel, nos gritan con efecto doppler: ‘locas y lesbianas’, rodeamos el cementerio y con la otra mano, la que no tomas, saludo alegre a mis abuelas Vicenta y Clara”, puede leerse en el texto que da nombre al libro. En este poema la voz poética no abandona nunca el condicional “si”, inicia con él (“Si salimos de El coleccionista tomadas de la mano […]”) y lo sostiene para afirmar una posibilidad, una serie de hechos imaginariamente verdaderos, reales en su acción sobre el paisaje guayaquileño que se vuelve irreal a fuerza de soportar el trayecto virtual de las personajes. Es una destrucción amorosa de la ciudad en lo que desemboca esa caminata, una desintegración de la geografía recorrida que debe desaparecer cuando desaparece la posibilidad del amor: “si sigo volando, me inserto en una nube y la hago llorar y la ciudad se moja y se desbarata, / ya para qué Guayaquil, si te tragó su río, ya para qué Guayaquil”. Lo que inició como posibilidad termina como pregunta que no espera respuesta: afirmación radical sobre la negativa del mundo.
Asimismo, este espectro trazado por Guayaquil da cuenta de otras preocupaciones alrededor del cuerpo, unas que llevan a la voz poética a zonas más melancólicas en las que la pérdida es un horizonte certero y punzante. En “Genealogía con números” leemos un despliegue descriptivo, austero, casi minimalista, basado en años, fechas, edades: datos objetivos que se acumulan pacientemente hasta crear un paisaje de desolación, la certeza de que todo lo que orbita alrededor de la conciencia ha de terminar en el común olvido, paisaje extraído, sin embargo, de cualquier estridencia, que se muestra a sí mismo con discreción, como la leve revelación de una evidencia ineluctable. En “Días”, poema amoroso hasta el horror, la yo poética transita lo inaudito: “Cómo será el día en que nos veamos por última vez / Será apacible / O se caerá el cielo a causa de la lluvia”, se pregunta, y recorre con ese tono resignado el imposible escenario de la despedida definitiva. La fuerza ética de esta apuesta reside en la terquedad; en la obstinación sobre un instante inimaginable, el de la muerte propia o de la amada, la de la separación sin recursos metafísicos. Entonces, todas las preguntas son visuales, circunstanciales, materiales, estrictamente humanas, y como en el poema “Guayaquil”, no esperan respuesta: “Habrá despedida / Qué otras personas veremos por última vez ese día / Sonreiremos / Me verás a los ojos y te concentrarás en tu reflejo / Sentiremos todavía alguna forma del amor / Puedes decirme cómo lo imaginas / Cerrarás alguna puerta después de mirarme desnuda / Seremos viejas / O pequeños animales”. Preguntas hechas al viento, hechas al tiempo, preguntas que solo encontrarán respuesta en el soberano instante en que ya no importe.
Construcción imaginaria del cuerpo declinado, experiencia material del cuerpo sexuado, del cuerpo lesbiano, del cuerpo amante, del cuerpo amigo, poliafectivo, heterogéneo y abierto: este es el devenir del núcleo poético y político de Guayaquil. Es este un libro generoso, su diafanidad sintáctica y visual es una consecuencia de esa disposición fundamental que atraviesa el volumen y llega a la mirada como despojado de todo lo que no es verdadero. No se reserva el cuerpo para el amor, no se lo reserva nunca para nada: el cuerpo es un brotar, un manar y un darse, es un devenir íntimo e impersonal, es una imagen del pedazo de mundo que habita y transgrede. El cuerpo es im-propio: entregado alegremente a los otros, desposeído como corresponde a todo fenómeno amoroso. Es también cuerpo para los amigos, cuerpo vivo para la muerte, para el grito, para el padre y la madre: “Son tantas las formas del amor / Tendríamos que tomarlo en nuestras manos / Y entender cómo cambia / Y observar cómo / Ya en nuestras manos / Nos vuelve otros”.
Post-scriptum: Sycorax publica esta reseña, a pesar de que el libro Guayaquil, ganador del Premio Pichincha de Poesía 2017, aún no ha sido publicado. Lo hacemos en señal de protesta y reclamo por la injustificable, perjudicial y negligente demora en que el Gobierno de Pichincha ha incurrido y exigimos desde este espacio que las autoridades competentes lleven a su conclusión el proceso de publicación que lleva ya un año en curso para que los lectores y las lectoras tengan acceso a este libro fundamental de nuestra poesía contemporánea.