Apuntes sobre Tardes grises en Quito, de David Coral

Fausto Rivera Yánez

Género: Fotografía

Creador: David Coral

Título de la obra: Tardes grises en Quito

Año: 2020

Lugar:  Quito, N-24 Galería de arte

En el intento fallido de nombrar un color que sintetice al más desolador paisaje quiteño, ese que aparece en las tardes frías y lluviosas, cuando las nubes bloquean por completo el azul hiriente del cielo y dan paso a una bruma de incertidumbre, de melancolía, de ansiedad, de inexplicable pero gozosa agitación, el fotógrafo David Coral lo ha llamado, acertadamente, gris. Tardes grises de Quito. Un color que cabalga entre el blanco y el negro. Indefinido, inaprensible. Un color “neutro o acromático”. Color sin color. Color abierto, listo para que lo contaminemos con nuestra mirada.  Más bien, para que lo completemos, acompañemos. Un color que no impone un estado anímico, sino que reta a aquello que ya estamos sintiendo, pero que aún lo desconocemos. Un color que devela.   

Tardes grises de Quito es un libro de fotografía que recoge la obsesión de David Coral por mirar y andar por determinadas zonas grises de Quito: desde el Puente del Guambra hasta la Plaza del Teatro, con especial énfasis en los alrededores del parque La Alameda, donde hay varias oficinas burocráticas, edificios modernos mal hechos y cafeterías llenas de abogados, contadores, médicos, hombres desempleados, vendedores informales, amantes… Una zona bisagra de Quito, donde se evidencian los vestigios de una ciudad imposibilitada para la plena modernidad y el inicio del centro histórico que, según dicen las guías turísticas y las páginas de organismos internacionales del patrimonio, es el mejor conservado y menos alterado de América Latina, pero donde se concentran altos niveles de violencia, pobreza, migración, despojo. Una cínica fachada de Quito de la cual David Coral se distancia.

Este proyecto de David arrancó en 2013, luego de que dejara un trabajo en el cual estuvo por 12 años seguidos. Celoso de la aparente libertad con la que caminaba la gente por las calles de Quito, especialmente por La Alameda, empezó a seguirlos por las tardes para registrar sus rutas, sus hábitos (dónde y a qué hora comen los burócratas, cómo es su dieta saturada de carbohidratos), sus itinerarios íntimos. David se dejó afectar sin precauciones de esa densidad gris para articular su proyecto visual. También empezó a familiarizarse con determinadas fachadas de edificios llenos de anuncios, con locales comerciales de ropa donde aún la sastrería es importante o con cafeterías cuya especialidad es el café americano (esa bebida plana, pero efectiva, cuyo valor, en esa zona, no excede el dólar).

Lo que David hizo, en realidad, fue perderse, que es la mejor manera de habitar, de conocer un lugar. La escritora estadounidense Rebecca Solnit, autora de El arte de perderse, dice que perder cosas tiene que ver con la desaparición de lo conocido, perderse tiene que ver con la aparición de lo desconocido.  Y agrega: “Sócrates dice que puedes conocer lo desconocido porque lo recuerdas. Ya conoces aquello que te parece desconocido; ya has estado aquí antes, solo que cuando eras otra persona. Con esto simplemente se desplaza la ubicación de lo desconocido: el desconocimiento de lo demás pasa a ser un desconocimiento de uno mismo. Menón dice: Misterio”. David, con fotografías en blanco y negro que acentúan ese paisaje incierto de una ciudad andina en perpetua incompletitud, insiste en el misterio, reguarda el secreto individual de aquellos lugares o personas a quienes retrata en la calle. No los expone como si quisiera lanzar un comentario crítico o irónico, más bien remarca su ambigüedad. Su realidad. Sus fotografías son un repertorio de sugerencias. El escritor francés Pascal Quignard, a propósito de su novela Las solidaridades misteriosas, decía: “La sociedad puede confiscar nuestra vida privada y, sin embargo, deberíamos mantener un secreto absoluto acerca de ella. Ser absolutamente discretos”.  El trabajo visual de David apela a esa ética. 

Por ello, Tardes grises de Quito excede las delimitaciones geográficas y a esos personajes vestidos de terno con los zapatos sospechosamente lustrados que bien podrían ser arquetipos literarios, y se convierte en algo mayor: en una suerte de tratado anímico que logra aprehender ciertas sensaciones que son transversales a todos. Lo que digo es que el trabajo de David no solo es una íntima cartografía de un Quito en el que se pueden identificar lugares y conflictos, o personas concretas que, con su gestualidad y apariencia, podrían atomizarse en identidades fijas. La potencia de las imágenes de Coral va más allá de esos artificios porque su mirada se enfoca en una realidad que no está mediada de discursos culturales.

Mientras más discreta y neutra es su mirada, más profundo es su trabajo (por eso, en su caso, el uso del blanco y negro es un gran acierto, ya que va limpiando el innecesario exceso de información que pueden tener las imágenes). “Foto, escritura, en ambos casos se trataba para nosotros de conferir más realidad a momentos de goce irrepresentables y fugitivos. El mayor grado de realidad (…)”, apunta la escritora francesa Annie Ernaux en El uso de la foto, un libro en coautoría con el fotógrafo Marc Marie, quienes van registrando en imágenes y texto todo lo que acontece en los momentos previos y posteriores de sus relaciones sexuales. David eleva la realidad sin instrumentalizarla, alcanza ese grado mayor del que habla Ernaux, comprometido con la sinceridad documental de los momentos que registra.

Todo este trabajo visual se refuerza con la presentación física del libro que viene bajo la forma de un álbum de fotos, forrado en tela gris que emula a esas baldosas desgastadas que aún sobreviven en los edificios setenteros de Quito. El lomo del libro es cosido y tiene una tela color rosa, muy amable. El solo contacto de nuestras manos con ese revestimiento ya habilita en uno un estado de anticipado de melancolía. El álbum incorpora, además, varios guiños a ese mundo gris de la burocracia quiteña: una factura, un turno para el médico, un mapa parcial de la ciudad, un volante en el que se garantiza el amor con pócimas y una declaración juramentada de David en la que cuenta su periplo de circunspecto perseguidor. El resto, son las fotografías de las tardes grises que acumulan memorias, arquitecturas, intuiciones que, justamente, nos arrojan a ese estadio del gris: al color sin color. Al color de la búsqueda. Tardes grises de Quito es un viaje hacia lo desconocido. Es el discreto encanto de recorrer un paisaje que, aunque lo conozcamos, no deja de desafiarnos.

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Un pensamiento en “Apuntes sobre Tardes grises en Quito, de David Coral

  1. Hermosa interpretación del libro «Tardes Grises de Quito», cuyas fotografías logran interpretar el estado anímico de sus personajes y nos hacen partícipes de una realidad que desnuda el alma de las cosas.

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