(Quito, 1977)
En toda duración se expresa la relación paradójica y misteriosa que religa de manera continua lo que permanece y lo que se transforma: esa experiencia del tiempo en su actuar sigiloso. Al mirar las fotografías de Daniela Merino cuyo lente registra a su hermana durante diez años, eso es lo que primero que llama mi atención, el modo en el que capturan la persistencia del gesto que se resiste o se inscribe o incluso se oculta, o quizá solo se compromete, con un cuerpo mientras el tiempo pasa. El gesto, que va fijando un estilo de habitar el mundo y que, en los retratos de Daniela, se renueva y se reconoce en cada una de ellos. Sin embargo, lo que más me conmueve de este archivo es la elección que atraviesa la obra, su intención profunda: registrar desde el espacio íntimo eso que habilita la hermandad y que reposa en el acompañamiento privilegiado de quien asiste no solo al obrar del tiempo sobre la hermana, a la singularización de su gesto, sino también al tejido de su trama afectiva, que activada desde la infancia no deja de manifestarse. Las fotografías de Daniela nos muestran la transición, las maneras en que una niña se dispone para el juego y luego, cómo ese mismo cuerpo, expresa la inquietud de la adolescencia; vemos el modo en el que la emoción afecta a esa niña y la forma en que el color, va atravesando su figura con el paso de los años; cómo sus manos tocan el mundo, los objetos, las texturas y también la huella que esas manos dejan: las dimensiones de una individualidad que se va desplegando y que Daniela alcanza desde su propia sensibilidad y su propia mirada afectada, comprometida, con esa vida.
Gabriela Ponce