Diamante de Azael Álvarez: la yo poética es la bruja que brilla

María Auxiliadora Balladares
Universidad San Francisco de Quito USFQ

Género: Poesía

Autor: Azael Álvarez

Título de la obra: Diamante

Año: 2019

Editorial: DADAIF[cartonera]

País de origen: Ecuador

En 2019, Azael Álvarez (Guayaquil, 1993) publica bajo el sello DADAIF[cartonera] su primer libro de poemas en solitario. Diamante lleva pegado, en su portada negra, un holograma que evoca, por su forma y diseño, la brillantez de esa piedra preciosa. El brillo, por un efecto metonímico, me hace pensar en la relación entre el título, la portada y la poesía de Azael. El libro cuenta con ocho poemas que no llevan nombre, sino que van precedidos por epígrafes de Anaïs Nin, Edvard Munch, Witold Gombrowicz, entre otros, cuyas escrituras fragmentadas, hechas epígrafes, funcionan como breves presentaciones de estos poemas. Esas filiaciones permiten a la lectora empezar a suponer cómo se construye el corpus poético que tiene en las manos: “¿Cuántas intimidades hay en el mundo para una mujer como yo? ¿Soy una unidad? ¿Un monstruo? ¿Soy una mujer?”, reza el primer epígrafe de Nin; el de Gombrowicz, “la suciedad siempre es nuestra, la pulcritud es de los otros”. A partir de este par de epígrafes, podemos plantear algunas preguntas iniciales: ¿Cómo fluye la ontología de la yo poética de los poemas de Azael? ¿Cómo funciona la suciedad como lugar de enunciación? ¿Qué dicciones nuevas genera esta poesía para acompañar a esas cuerpas en constante flujo? ¿Qué significa brillar en un mundo opaco y tenebroso?

En Diamante, nos encontramos con una yo poética entregada al deseo, entregada a la voluntad de su propia cuerpa, voluntad que la lleva a un constante devenir que la convierte en otras especies, que la hace practicante de la ternura y también del sexo hardcore. Se trata de un deseo indomable, que no encuentra una realización única, sino que en la deriva misma va trazando sus múltiples realizaciones. A causa de la circulación del deseo y del ser que fluye, ella es “[…] cruza / entre una mariposa / y un halcón […] alacrán / la flor pócima / que crece sola / en el pozo del bardo”. Esta particular manera de estar en el mundo la liga íntimamente al feminismo que voces como la de P. Preciado vinculan con contundencia a la nueva forma de la revolución. Dice Preciado:

Dicen «una ideología» como mi mamá decía «un marido». Lo que pasa es que no necesitamos ni ideología ni marido […] Ellos dicen representación. Nosotros decimos experimentación. Ellos dicen identidad. Nosotros decimos multitud. Ellos dicen domesticar la periferia. Nosotros decimos domesticar el centro. Ellos dicen deuda. Nosotros decimos cooperación sexual e interdependencia somática. Ellos dicen capital humano. Nosotros decimos alianza multi-especies […] Ellos dicen poder. Nosotros decimos potencia. Ellos dicen integración. Nosotros decimos proliferación de múltiples técnicas de producción de conciencia […] Nosotros decimos te queda claro que se te descompuso el aparato de producción de verdades” (77-78).

Azael escribe: “yo / me veo como un objeto / a veces celeste / flotando / sostenido por nada” (14). Esta es una de las imágenes del poemario que con mayor potencia niega las “verdades” contra las que se erige el manifiesto de Preciado, mencionadas al final de la cita anterior; esa tabla de salvación que al mismo tiempo es la condena y la aniquilación de la potencia de la cuerpa, del pensamiento y del deseo. Por eso, donde la asepsia es ley, la suciedad sobreviene para contrariarla. Asumirla como lugar de enunciación tiene que ver, en estos poemas, con la decisión de no entregar a cambio de nada la posibilidad de devenir. La asepsia neutraliza, la suciedad prolifera.

La yo poética dice con énfasis, en el primer poema: “SÍ / ESA SOY YO” y más adelante: “ESA SOY YO /déjame ser” (5 y 9). En estas líneas, con toda la fuerza que le otorgan las mayúsculas, quien habla afirma algo sobre sí misma: refiere una cualidad que le quiere ser arrebatada, o una potencia que, bien se puede suponer, se busca disminuir. La yo poética es “la bruja de la colonia / la dueña de la taberna / la que te hechiza / si te vas sin pagar / haciendo que tu pene desaparezca” (6). La identificación con la bruja que tiene poderes especiales y que es capaz de arrebatarle el sexo a quien se atreva a contrariarla[1] es central para entender de qué punto parte esta yo poética en la constitución de su ontología. Ser la bruja implica ser esa otra a la que se quiere domesticar a partir del ejercicio sistemático de la violencia, de la repetición performática del acto violento como respuesta al comportamiento no deseado; ser aquella a la que se le quiere arrebatar su monstruosidad con una regla. La palabra en este poema no solo que se niega a someterse a los golpes que buscan subyugarla, sino que tiene la fuerza de enunciar la contra. El terror que genera la bruja está siempre concentrado en la enunciación de esa contra o del embrujo. Y su mera dicción implica, para quien lo recibe, el descalabro de su existencia, de su seguridad, de su cuerpo arraigado en una identidad incólume. La yo poética-bruja, a lo largo de todo el libro, va asumiendo diferentes posturas en tanto se reconoce, desde este primer poema, la dueña de su cuerpa y de su deseo. La dicción embrujante hace que el machirulo tambalee y caiga y, en su lugar, aparezca una hermosa mujer con glitter en el pelo, en la cara, en la cuerpa.

Un poemario como el de Azael brilla en el escenario de la poesía ecuatoriana contemporánea, como brilla esa mujer-diamante, esa yo poética-bruja cuya dicción lo descalabra todo. Son varios los gestos a través de los cuales ocurre el descalabro: no le hace el juego a las grandes y tradicionales casas editoriales, sino al trabajo artesanal y solidario de la cartonera; se acompaña de epígrafes tomados de obras que se resisten al canon; dibuja la ciudad con los ojos bien abiertos, no atravesados de una neblina espesa que todo lo opaca y todo lo vuelve predecible:

            ESA SOY

            déjame ser

            la que establece en tus lunares

            su cuartel de ataque

            y borracha

            quedarme dormida

            sobre tu pecho

            a medio palo (9).


Bibliografía

-Álvarez, Azael. Diamante. Guayaquil: DADAIF[cartonera], 2019.

-Federici, Silvia. Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. (2ªed.). Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Tinta Limón, 2015.

-Preciado, Beatriz. “Decimos revolución” en Terror anal. Manifiestos recientes. Buenos Aires: La isla de la Luna, 2013.


Nota al pie

[1] Silvia Federici se refiere a este particular poder de las brujas en su revisión de relatos y juicios de los siglos XVI y XVII: “Pero ¿quiénes eran estas brujas que castraban a los hombres o los hacían impotentes? Potencialmente, todas las mujeres. En un pueblo o ciudad pequeña de unos pocos miles de habitantes, donde durante el momento de apogeo de la caza de brujas docenas de mujeres fueron quemadas en pocos años o incluso en pocas semanas, ningún hombre se podía sentir a salvo o estar seguro de que no vivía con una bruja. Muchos debían estar aterrorizados al oír que por la noche algunas mujeres dejaban su lecho matrimonial para viajar al aquelarre, engañando a sus maridos que dormían, poniendo un palo cerca de ellos; o a l escuchar que las mujeres tenían el poder de hacer que sus penes desaparecieran, como la bruja mencionada en el Malleus, que había almacenado docenas de ellos en un árbol” (306).

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