Por Bertha Díaz
Universidad de Cuenca
Durante su vida mi padre durmió siempre con una libreta bajo la almohada. Una vez, al despertar, escribió un texto en una lengua para él desconocida. Escritura mecánica y misteriosa. Años más tarde, en un viaje, se tomó una fotografía delante de un muro. Al revelarla, en aquella pared en la que se apoyaba apareció el texto que en años anteriores se había revelado en/desde el sueño. Supo luego que era de un escritor antiguo del cual él jamás había oído. El estruendo de la experiencia real le suscitó la escritura de un poema para salvar el instante, para hacer visible la extrañeza, para re-elaborar la fuerza con la que se hacía presente algo desconocido.
Escucharlo relatar esa experiencia, leer su poema, cotejar la foto con las notas del sueño, pensar en la activación de su inconsciente, en la dimensión místico-mágica de ese episodio, me ha hecho pensar desde hace muchos años en la relación intrínseca entre el golpe del presente, el estado de urgencia que suscita y la escritura.
Reflexionando en estos días sobre lo contemporáneo regreso a tal episodio y pienso en el vínculo de ello con el presente y el cuerpo. Actuar contemporáneamente llama a estar en vibración con el aquí y ahora, a su escucha íntima y también a la escucha de sí mismo: del ser en relación con su afuera en un instante preciso. Exige abrir los sentidos para palpar hondamente el momento donde el Tiempo (así, con mayúscula) aletea y reclama una toma de posición, un vuelco por parte de quien lo transita. Es el cuerpo el que actúa ante un apremio que repentinamente abre el instante; son sus sentidos los que, inquietados, intentan respuestas ante ello; es la piel que sabe que es imprescindible mutar al haber sido tocada por las fuerzas que se desprenden de la vida. Ser contemporáneo implicaría–balbuceo– estar en resonancia activa con la palpitación del instante, con los llamados interiores y exteriores, con sus interrogaciones, estertores, fracturas, brillos, opacidades.
A veces, cuando quiero hablar con mi padre, que murió cuando yo tenía 30 años y él, 87, en el 2013, cierro los ojos y advienen pasajes nuestros; otras veces, veo sus fotografías o abro un libro y hallo algo clave a través de lo cual me habla; entonces, habilito un relato que nos permite estar de nuevo juntos. Uso sus palabras. Aparece, en mi voz, la suya. Veo sus gestos sencillos, su sonrisa. Hago un rompecabezas entre ello y lo que se desprende de mí: una composición queme/lo/nos re-compone.
Constantemente pensar en mi papá y al mismo tiempo ver a mi madre, me hace pensar en una pregunta que aparecía en sus charlas: por qué se conocieron tan a ‘destiempo’. Mi madre tenía 26 años y él 57 cuando yo nací. En su necesidad (necedad)insurrecta de construir relación, se abrió una burla a las convenciones. La fuerza del amor que no conoce del Cronos, sino que vibra con el instante en el que aparece, se encarnó en ellos y posibilitaron lo imposible.
Cuando el presente se levanta con fuerza y se manifiesta más allá del orden de los relojes y la Historia, es necesario crear un campo que procure sostener eso que trae consigo. Quien está tomado por el influjo contemporáneo está sintiendo la angostura y la espesura que ello le provoca. Está convocado a constituir un léxico para nombrarlo, a generar la invención de un lenguaje. Sabe bien que actuar a la altura de su emergencia, no implica desconocer el pasado. Tampoco tiene que ver con el deseo de capturar el futuro o lo nuevo, sino que responde a unas fuerzas del ahora en donde esas coordenadas de tiempo y espacio se encuentran, se intensifican, estallan.
Asimismo, está ligado a la construcción de la complicidad y, muchas veces, también, al delito. Como está conectado con el sentido de la escucha, llama a percibir profundamente el ritmo del Todo. Dos tempos se amalgaman y se polinizan entre sí en el intento de actuar contemporáneamente: la velocidad con la que arremete la urgencia y una especie de ralentización dentro de ella para entrar en su pulso.
Boris Groys tiene una imagen preciosa al respecto. Dice: “Ser con-temporáneo, puede entenderse como ser un camarada del tiempo; alguien que colabora con el tiempo, que ayuda al tiempo cuando este tiene dificultades”. Me interesa esta frase por la multidireccionalidad afectiva: el tiempo me afecta, está afectado por muchos movimientos, pero también puedo afectarlo desde mi acción. Y a los afectos uno no puede escapar, porque tienen que ver con el espectro sensible que da vida a la vida.
Siento que Groys habla de una necesidad de intimidad, de confabulación, de una condición subversiva relativa al instante, por eso me quedo con su frase. Ser contemporáneo, siguiendo la línea de Groys, implica estar trabajando por el presente: ser un obrero que le permite al tiempo transformar las fuerzas que lo mueven cuando el tiempo mismo está en “dificultades”, como él señala. Se trata de una actitud singular con las ondas del ahora. Y esa actitud requiere de la imaginación y, con ello, del dibujo y ensayo de prácticas y políticas para tratarse a uno mismo en su interior; exhorta a evaluar y re-articular constantemente los modos de relación con los otros.
Mientras imaginábamos Sycorax, empezaron a aparecer amigas, colegas, hermanas de la vida y sentimos la necesidad de invitarlas a que escriban con nosotras en este primer número. Otras, que no escriben, fueron nombradas múltiples veces en charlas, cartas, lecturas y en la agitación de nuestros pensamientos. Llegaron, también, a nuestros intercambios, nuestros padres, madres, hijos, hermanos; nuestras parejas, amigos; nuestros seres amados que ya no están. También, nuestros compañeros animales, nuestros paisajes… Quienes no nombramos, pero secretamente, nos acompañan. Encontrar a Mariuxi, Alicia, Gabi y Daniela y armar esta revista donde se hacen visibles nuestros diálogos, nuestras diferencias y correspondencias, ponerlas en espacio y papel y, con ello, exponerlas y exponernos, para poner en duda los presupuestos con los que se han articulado los discursos que (nos)gobiernan, siento que es uno de los ejercicios contemporáneos más honestos que desde nuestras pequeñas prácticas podemos ensayar. Asimismo, armar unos textos que posibiliten unas texturas distintas en las cuales estar para seguir tejiendo y destejiendo realidades, tiene que ver con nuestro intento de armar un campo para sostener de otro modo el presente, para estar más disponibles para re-elaborar la existencia, más permeables para hacer caminos que sostengan al ser de manera más orgánica, de manera más atenta, de modo más ético.