Nathaly Bosquez
Universidad Andina Simón Bolívar
Género: Testimonio sonoro
Autor/a/es o colectivo: Movimiento Feminista Ruta Pacífica de las Mujeres, en colaboración con Mapa Teatro
Título de la obra (proyecto reseñado): 1000 Voces
Fecha o periodo que abarca: del 16 de septiembre de 2017 hasta abril de 2018
País de origen: Colombia
Dirección web: https://1000voces.com
Sacar la voz que estaba muerta,
Y hacerla orquesta,
Caminar, seguro, libre, sin temor,
Respirar y sacar la voz.
Anita Tijoux
¿Cómo narrar el dolor? ¿Desde la valentía, la indignación o la resignación? Hay voces que se niegan a ser calladas. Voces que se aferran a ser escuchadas. Voces que gritan un por qué, buscando respuestas. Palabras, pausas, historias. Buscar en lo recovecos de la memoria ese detalle, esa imagen, contar sobre aquel hijo o hermano que ya no está, el desayuno interrumpido porque alguien dijo que se marchaba y que tal vez no volvería, el campo, el territorio, el ayer.
¿Cómo dar voz al dolor? Existe la posibilidad de que esta pregunta se la hayan planteado los creadores del Proyecto 1000 Voces en el año 2017, y para responderla hurgaron en los archivos sonoros del Informe del movimiento feminista que lleva por nombre “Ruta Pacífica de las Mujeres” y que tiene registrado mil testimonios de mujeres víctimas del conflicto armado en Colombia. La “Ruta Pacífica de las Mujeres”, como se explica en la página web del proyecto, lucha porque los efectos del conflicto en las mujeres sean visibles para la sociedad. El movimiento nace en 1996 como un proyecto que recoge la voz de mujeres afectadas por la guerra en todo el país. La formación y el impulso por mejorar las organizaciones de mujeres dentro del territorio son algunos de los ejes sobre los cuales se asienta el movimiento. Con este contexto surge el proyecto de investigación denominado “Comisión de Verdad y Memoria de las Mujeres víctimas del conflicto armado”. Dentro de la investigación aparecen los testimonios de mil mujeres víctimas de la guerra que han sufrido las consecuencias del conflicto en el país.
Ahí se encuentra el testimonio de Imelda, quien en la mitad de su narración se pregunta cómo una persona indefensa puede ser ayudada, y luego ella dirá en ese mismo audio: “Al ser humano hay que tratarlo como ser humano no como animal”. Son palabras expresadas desde la rabia o desde la impotencia de quien tuvo que dejarlo todo para empezar de nuevo y siempre resistir al prejuicio tan común en estos últimos años, ese de que el campesino que llega de otro lado bien podría ser un ladrón o un matón. O el testimonio de otra mujer quien afirma que ha sufrido tanto, que hasta le perdió el miedo a la muerte. Y otra voz, la de una mujer que decidió, como ella misma lo cuenta, “cerrar los ojos y no mirar hacia atrás”, una estrategia de superar los maltratos recibidos, las amenazas de muerte y seguir hacia adelante. Voces distintas, casos distintos, memorias diferentes. Memorias que pugnan por ser visibilizadas y escuchadas en la historia oficial. Testimonios que llevan como trasfondo varias preguntas, entre ellas una que las voces repiten mientras cuentan los hechos: ¿por qué?
“¿Y por qué a mí?” se pregunta otra de las víctimas, mientras cuenta como pasó de ser una mujer alegre a ser una mujer muy desconfiada o malgeniada, palabras que usa para definirse, para explicar las huellas de un conflicto, que no solo deja marcas en los cuerpos sino también en el alma. El alma de estas mil mujeres que decidieron no callar más y hablar.
Los testimonios de las 1000 víctimas del conflicto se encuentran registrados en la página web https://1000voces.com/. A través de un ejercicio de memoria y reparación los audios fueron compartidos el 16 de septiembre del 2017, cada mes se publican en el sitio 4 programas con voces diversas. Uno de los objetivos del proyecto, tal como se lo indica en su página web, es reflexionar sobre la memoria y reparar las voces de las víctimas. Con este ejercicio, lo que se desea es trascender un formato periodístico y dar un sentido a las experiencias narradas por las mujeres. Los audios tienen distinta duración, diez, veinticinco, catorce minutos, nueve, quince; sin embargo, todos recogen experiencias que para las mujeres afectadas pudieron significar momentos interminables. El proyecto también apela a la posibilidad que quien escucha sienta que los testimonios relatados son situaciones nada alejadas de su realidad. Que la historia de Imelda puede ser la de Isabel o la de Martha en otro rincón de Latinoamérica o el mundo. Que si bien la pregunta del ¿por qué? no puede ser respondida en su totalidad, esta se convierta en un cuestionamiento a gobiernos, autoridades, a los ciudadanos, para que las atrocidades cometidas contra las mujeres no se repitan más. Los títulos de los audios tales como “El dolor de algo”, “Encierros”, “Madre e hijo” o “Sin saber qué hacer”, que hacen parte de la página arriba citada, encierran más que una historia o una voz, encierran una vida interrumpida por la muerte, por el desplazamiento forzado, por las amenazas, por los golpes o maltratos, la tortura o la violación sexual. El 1000 es más que un número, un número que se agita entre los testimonios de las mujeres que narran sus experiencias. Esas mismas experiencias que buscan un sentido que bien podría debatirse entre dos preguntas: ¿para qué sirve recordar?, ¿para qué sirve escuchar?
Para qué recuerdan las víctimas, para qué escuchamos los testimonios. Recuperar las voces de las mujeres para que alguien más las escuche es un acto de esperanza, dado que estamos en un momento donde la inmediatez y la sobreinformación abundan. Y aquí cabría la posibilidad de hacer más preguntas: ¿nos detenemos a escuchar realmente?, ¿qué sentido le damos a lo que escuchamos? Proyectos como el de 1000 Voces rescatan eso que tal vez hemos olvidado como seres humanos: escuchar, pero escuchar de verdad. Conmovernos con la realidad de los otros, en este caso de mujeres que anhelan ser escuchadas, que tienen múltiples deseos –entre ellos el que la guerra en Colombia termine y que no existan más desplazados.
1000 Voces
invita a sensibilizarnos con las víctimas que desde su lugar de
enunciación muestran una dura realidad que está ahí, que ocurre y que
nos piden reflexionar sobre cómo enfrentar la adversidad. Las memorias
de estas mujeres, sus cuerpos mutilados, maltratados, son la muestra de
que la sociedad debe reparar en sus testimonios y de una manera
simbólica ayudar a que los hechos no queden impunes. Reparar en el dolor
de las mujeres afectadas por una guerra de la que no pidieron ser parte significa tomar los testimonios de esas mujeres para darles otro sentido, uno
que no va en la línea de enfatizar en la victimización sino más bien
que las situaciones expresadas a través de estas voces sirvan de
aliciente para pedir cuentas por tanta maldad. Una voz es un cuerpo herido que se esconde detrás de
cada mujer, víctima del conflicto colombiano. Cuerpos y voces de
mujeres que se aferran a sus memorias para impedir que los actos
cometidos durante la guerra sean olvidados, para reparar ese hueco profundo que se abre con cada muerte, con cada tortura, con cada mutilación, de una guerra que está lejos de acabar.