María Auxiliadora Balladares
Universidad San Francisco de Quito USFQ
Creo que no ha habido número de Sycorax, de los que llevan publicados hasta la fecha, que nos haya costado tanto sacar como este último, como si una fuerza rara desviara nuestra voluntad hacia otros eventos; como si una fuerza ajena se empecinara en la no existencia de estas páginas. Mucho nos ha costado retomar este proyecto que las cinco amamos y creo que tiene que ver con cierto hastío, no de la revista que sobradas alegrías nos ha regalado, sino de lo que está significando hoy “pensar políticamente” en nuestro país. Hay un tufillo en el ambiente que parece obnubilar a muchxs y llevarlxs a “pensar desde lo macro”, en un gesto aparentemente intelectual que en realidad intenta deshacer al disimulo las formas de resistencia y lucha que nos han atravesado y que nos han sostenido en los últimos años. En el escenario desolador de las actuales elecciones, buena parte de mis allegadxs se han visto obligadxs a asumir el nulo no como una postura quemimportista o apolítica, sino de profunda preocupación por el hecho de que, en la papeleta, no exista una sola opción con la cual identificarse o con la cual vislumbrar un horizonte de futuro; otrxs han tenido que votar en contra de quien no quieren que gane por lo que significaría que un proyecto de derecha –banquero a la cabeza– asuma el poder. Algunxs aún creen en el proyecto correísta como la única salvación para este país y votaron a conciencia por su candidato. Otros miran al candidato de Pachakutik como la encarnación de una forma de hacer política opuesta a las anquilosadas estructuras coloniales que dominan nuestra vida social. En estos dos últimos casos, los recientes comentarios de Correa (sobre el aborto y el “hedonismo” de las mujeres) y de Yaku (sobre la “inutilidad” del paro de octubre de 2019 y una posible alianza con la derecha) han terminado por mostrarnos sus costuras, su oportunismo, lo que significa para ellos tener olfato político. La desesperanza ha golpeado con fuerza. El desánimo respecto del futuro político del país parece a ratos tomárselo todo. Este número de Sycorax es una suerte de tabla de salvación para mí, porque me recuerda, al leer a lxs colegas que admiro y quiero, que nada hay en esa perspectiva de la política partidista actual que verdaderamente me convoque o me dé esperanzas; por el contrario, en las formas de la reflexión y la belleza que mis amigxs me regalan, encuentro un camino que no se agota, que se reinventa, que asume siempre el rol de la negatividad en la dialéctica. Badiou sostiene que hay que amar aquello que no amaríamos dos veces porque nuestro lugar debería ser siempre el de la crítica constante, incluso respecto de aquello en lo que, en algún momento, hemos creído apasionadamente. Agradezco que hayamos logrado aferrarnos a nuestra revista, a nuestro proyecto, que nos alentemos entre las cinco a escribir este debate desde la rabia, la insatisfacción, venciendo el desánimo, anclándonos en la certeza de que una vida dedicada al pensamiento, al arte, a la literatura, a la amistad, nos puede salvar ante tanta incertidumbre.
Además del trabajo que me une a las personas que colaboran en este número y han colaborado en los anteriores, a mí me ha salvado mi labor de profesora. Nada hay más estimulante que estar en clases con jóvenes que quieren entender el mundo, que quieren adquirir las herramientas teóricas o las expresiones del lenguaje que lxs ayuden a construir su propia visión sobre la vida, el arte, la política. La academia es un lugar complejo, cargado a ratos de la miseria de algunos egos que no miran más allá de sus ombligos y su circunstancia privilegiada; sin embargo y aunque no creo que la universidad sea el único espacio viable para el debate y el aprendizaje, sí creo que es un lugar en donde la comunidad es posible; en donde a partir de las conversaciones, de las lecturas, del ejercicio intelectual y el pensamiento crítico, se pueden construir mundos y asumir posturas vitales que estén siempre instaladas en el amor por la propia dignidad y la dignidad del resto. En la clase de poesía ecuatoriana que vengo ofreciendo como desde hace dos o tres años, abrimos con una lectura de Sobre el concepto de historia de Walter Benjamin que trata de responder qué significa ser un intelectual materialista histórico en un contexto tan cruel y brutal como el de la Segunda Guerra Mundial. Para Benjamin, el tratado de no agresión entre Hitler y Stalin significó el fin de la posibilidad de creer en el proyecto stalinista como un bastión de lucha contra el fascismo y de ahí su necesidad imperiosa de escribir sus tesis, que citamos cada vez que se impone el recordar de qué lado de la historia debemos pararnos. Creo que ahora, con las distancias del caso, vivimos un momento similar en Ecuador. No quiero creer en ninguno de los candidatos opcionados a la presidencia como un redentor. Decía que no creo en la política partidista hoy porque las estructuras del poder exigen de quienes quieren alcanzarlo un cinismo del que a todas luces hemos sido testigos en estos días de campaña electoral. En lo que sí quiero creer es en nuestra postura como ciudadanxs críticxs ante la actividad de aquellas personas que han alcanzado cargos públicos por votación popular, en nuestra capacidad de levantar la voz y de exigir que cumplan con el pueblo, en nuestras movilizaciones sociales, en los movimientos indígena, afro, feminista y obrero, en el potencial revolucionario de estos movimientos (y, todo hay que decirlo, en que no elegiremos al candidato de la derecha oligárquica).
¿Por qué leer poesía con mis estudiantes me ha salvado? Justamente porque la poesía exige de nosotrxs una atención profunda que es la que requiere a su vez toda actividad que no busque deshumanizarnos, exige un descentramiento que nos obliga a mirar el lenguaje en su más novedosa y provocadora faceta. Porque el poema es siempre un disparador que no nos deja indiferentes, que nos desconcierta expandiendo los límites de nuestra gramática y nuestra moral –parafraseando a Palacio al inicio de su cuento “La doble y única mujer”–. Porque leemos a autorxs que son esa luz que refulge en nuestro pasado como nación y porque leer poesía en grupo, en voz alta, mirar la expresión asombrada o fascinada en los rostros, es quizás la más atávica de las actividades humanas, la que nos introduce en la posibilidad de hacer al unísono algo bello y que merece la pena.