Debate: La lengua que habitamos

Alicia

Escena 1: la pasión de lo Neutro y el “querer-vivir”

Durante los últimos meses he venido leyendo a Roland Barthes. Lo busqué por el tema del duelo. Por mi propio duelo cuando mi papá falleció. Mi padre mío. Barthes escribió algunos textos sobre su propio duelo a raíz de la muerte de su madre.  Así llego a su libro Lo neutro.

Daniela

Decidimos el tema de este Debate a raíz de una discusión en Facebook que ya casi no recuerdo. Algún amo de la cultura escribió en un diario hegemónico que el lenguaje inclusivo era para gente irritada. Como suelen apreciar poco que se les contradiga, se armó un teatro de victimizaciones pasivo-agresivas cuando lo interpelé. Nada nuevo. Estoy pensando que quizá fuimos un poco impulsivas o atolondradas al decidir que un evento tan anodino fuera lo que vehiculara esta sección para nosotras tan querida de la revista.

Gabriela

¿Cómo habitamos nuestra lengua? ¿Cómo se enuncia el deseo que nos habita? ¿Qué agitación puede producir una palabra –esa materia que nos fascina y nos ocupa–? Ahí, en el intervalo o en el silencio que aparece entre esas preguntas se abre paso una escritura. Pulsa, en esas interrogantes, la relación entre literatura y política, entre lenguaje y emancipación, entre palabra y disenso. Cuestiones que en cada Debate se presentan como una necesidad de conjeturar juntas. Nuestras reflexiones desde que nos aventuramos por este proyecto han tenido ese trasfondo, porque creo que ese trasfondo tiene también nuestra amistad y, claro, nuestra escritura.  

Bertha

Empiezo a tejer la piel de este texto mientras a través de un altavoz se emite un anuncio en una lengua que no alcanzo a entenderla. Sin embargo, la siento: fría de temperatura, algo áspera, apretada en sus sílabas, misteriosa en su complejidad; me toca su extrañeza. Aunque no me convoca, se cuela en mí y llena este espacio.  El paisaje exterior es gris y lluvioso: esa lengua que mi oído roza es evidente extensión de este cuerpo geográfico que transito. Es el final del otoño. Atravieso una carretera que me conduce de Varsovia a Cracovia.

María Auxiliadora

Últimamente hablo menos. Y cuando hablo no puedo evitar sentir que todo lo que hago es emitir balbuceos que difícilmente pueden ser comprendidos. En un relato de Julio Cortázar de finales de los 1950, titulado “El perseguidor”, mientras el protagonista –cuya pequeña hija Bee acababa de morir– está en el estudio de grabación, dice sentirse inconforme con la música que toca. Y sostiene que, aunque lo que él quisiera es tocar a Bee viva, todo lo que puede tocar es a Bee muerta. Creo que en este tiempo me pasa algo similar: la muerte me hace guardar silencio o me hace balbucear.