«La poesía sigue siendo esa necesidad del lenguaje». Entrevista a Roy Sigüenza

La publicación de Habilidad con los caballos, Poesía reunida 1990-2020 de Roy Sigüenza, a cargo de Severo Editorial y la USFQ Press, fue uno de los eventos literarios más importantes en nuestro país en el 2020. Este libro propicia, por un lado, que las nuevas generaciones de lectorxs puedan conocer la obra de uno de los mayores poetas del Ecuador y, por otro, para quienes llevan años leyéndolo, la posibilidad de acercarse nuevamente a su poesía y entenderla como un ejercicio de largo aliento, moroso y concatenado. En ese sentido, se evidencian algunas cosas, como por ejemplo el hecho de que a Sigüenza no le interesa abundar en publicaciones, sino ofrecer, a veces tomándose pausas de varios años, una poesía que se despliega con exactitud y sin excesos en el ámbito del amor. El exceso es posible en el acto amoroso que se representa en el poema, pero en ningún caso en la expresión del poema mismo. La construcción de su voz está marcada por cierto estoicismo, por cierto laconismo, que la emparentan con la brevedad de géneros poéticos orientales y de la escritura aforística. A continuación, Roy responde a algunas preguntas en torno a su poética.

María Auxiliadora Balladares: La novedad que trae consigo Habilidad con los caballos es tu último poemario, Memorial de la boca. En tu poesía has explorado las posibilidades del cuerpo de varias maneras y creo que esto revela que el poema es posible solo si es que sobre los objetos poéticos se posa una verdadera y profunda atención. Tu mirada está siempre atenta a la belleza de los amados, a sus movimientos, a sus gestos. En estos últimos poemas, ¿cómo ocurre el trabajo con el cuerpo? ¿Qué derivas del deseo decides recorrer al concentrarte en la imagen de la boca específicamente?

Roy Sigüenza: Darle protagonismo a la boca en mi escritura es, sospecho, una consecuencia natural del que tienen las manos en algunos poemas. La boca es tan expresiva  no solamente “en decir” el deseo sino en  hacerlo posible;  hace que ocurra. La boca, como las manos, tiene sus propias maneras de buscar y encontrar el cuerpo, el “otro cuerpo”. La aboco a no estar sola, monologante  y  quizá desconcertada,  cuando sobreviene la separación de los amantes. Por eso “se dice” en estas, más bien, pequeñas “crónicas poéticas” con las que genera una memoria –su memoria–  o, como  quiere el título de la colección, “un memorial”…  

De «Memorial de la boca»

MAB: En la tradición poética ecuatoriana, el tema del amor del hombre por los hombres fue trabajado por uno de sus referentes del siglo XX, David Ledesma Vázquez, poeta guayaquileño de culto que se suicida muy joven en 1961. Si bien es evidente la relación de tu obra con la suya, también se revela la distancia que existe entre ambas en particular en el trabajo con los tonos. Si Ledesma es un poeta melancólico cuyos textos se instalan casi siempre en la imposibilidad del amor y la desesperación que esta imposibilidad provoca (tal como sugieres en tu poema “Trampa esquimal” dedicado a David), tu poesía, por su parte, está constantemente celebrándolo como un acontecimiento que no está supeditado a un tiempo y un espacio concretos. Incluso si la relación ha terminado, en el poema, su recuerdo arde. En tu obra parecería que el Amor no muere (muerde, pero no muere), va siempre más allá de la coyuntura de los propios amantes. ¿Qué autores son determinantes para ti en esta línea de creación? ¿De quién te sientes deudor como lector o en qué genealogías sientes que se inscribe tu obra?

RS: Ahora mismo no recuerdo autores ni títulos, pero puedo referir nombres “tendenciosos” que, sobre todo, me dieron aliento –-después  de recorrer  referentes iniciales que se remontan a mi época de escolar y colegial, aunque en esta última etapa tuve lecturas entusiasmadas de Palacio, Vásconez y Whitman, Plath, Kavafis, Pessoa, Genet, Puig, Duras; algunos cineastas, Fassbinder, uno de ellos–;  ensayistas abiertos a otras certezas en cuyos argumentos encontré cabida. Todxs ellxs han sido “mi armada”, “mi banda de gladiadorxs” con los que sigo yendo por ahí. Ahora mismo he sumado a esta simpática troupe a  quien definiría como una especie de maestro tardío y extrañado: W.H. Auden, sobre todo el ensayista del Arte de leer y La mano del teñidor. Sospecho que suena extraño este listado, por lo “extranjerizante”; pero qué le vamos a hacer. Nuestro David L.V. estaba demasiado solo para que haya podido sobrevivir en la escasa Guayaquil de mediados del siglo pasado…    

MAB: El poema que cierra tu libro, “Hombres libres” explora el tema de la libertad. En ese poema dices: “Y nunca esperabas nada del día, nunca; / no era tu morada –ahí fracasabas”. El elemento de ese sujeto poético es la noche y esto lo emparenta con el yo poético de “Piratería”: el pirata es el nómada que, al no asentarse, al no ser sedentario, rechaza la filiación a las instituciones panópticas de control social como el matrimonio o la familia o la religión, y, sin embargo, se hace cargo de su rostro y por lo tanto se vincula o se relaciona con otros que, como él, se hagan cargo de los suyos. En “Cuerpo del amor”, el yo poético, en el apóstrofe, exige “dame la cara”. ¿Cómo explicarías la centralidad de la libertad como catalizador y tema de tu escritura poética? ¿Es imprescindible para la poesía ser escrita por hombres y mujeres libres?

RS: Es lo ideal, es lo que queremos; pero la poesía –y quién sabe si la mejor– se ha escrito en paisajes ominosos. Lo celebrante es que  la poesía sigue siendo esa necesidad del lenguaje que si no se escribe –se inscribe–, canta, mientras el Estado pasa…

De Ocúpate de la noche

MAB: Leerte me lleva siempre por parajes relativamente desconocidos. Yo vivo en Quito, entonces los paisajes bucólicos que dibujas en algunos de tus poemas me resultan extranjeros, bellos, pero lejanos, no son los que miran cotidianamente mis ojos. Me gusta mucho la red que se teje en esos poemas entre las personas y los elementos del paisaje: el río, el monte, los animales, las piedras, porque es una relación horizontal, que no va mediada por la idea (que en la ciudad se nos impone casi que de cajón) de que todo lo que está alrededor nuestro está ahí para nuestra utilidad y beneficio. ¿Qué disposición del ánimo sobre lo no humano sientes que predomina en tu poesía?

RS: La naturaleza, el paisaje local que, en el caso del pequeño –y algunas veces mezquino– territorio donde estamos en suerte, está lleno de memorias que apurar, que nombrar…

MAB: Hay por lo menos dos poemas sobre epitafios en tu obra reunida que me llevan a pensar en el tema de la muerte. Uno de ellos está dedicado a W.H. Auden y el otro es un poema brevísimo, de dos líneas que dice: “Fui una persona mortal y rápida / como todo lo que pasa”. El tratamiento de la muerte no está constreñido por el sentido del duelo (pueden doler los vivos, pero no los muertos) y, sin embargo, la muerte está ahí, deja ver sus filamentos en los que al final todxs terminaremos envueltos. Más allá de que pueda ser material poético, ¿cómo piensas la relación de la muerte con la poesía? ¿Te preocupa la muerte?

RS: Creo que la muerte es la parte que llevamos perdida, por eso nos sorprende cuando se anuncia –se la enuncia. En esto los animales son ejemplares: los elefantes o los pájaros se marchan nomás. A mí me encanta esa delicadeza que nos libra del dolor de la pérdida. La muerte lastima solo porque  es lo más prematuro que hay: la vida no alcanzó para ser libre, por ejemplo; pero ya esto es político, es otro discurso….

«En la barra»

MAB: Raúl Serrano me contaba alguna vez sobre su amistad de larga data y una anécdota de sus inicios: en Machala ofrecían sus servicios a quienes necesitaban enviar cartas de amor. Esa historia hermosa, esa forma tan particular de la comunidad que se construye alrededor de su labor de ‘escribidores’, me remite a una idea de Eagleton a propósito del ámbito de los sentimientos: solemos decir que estos pertenecen a nuestra intimidad, a nuestra privacidad, pero en realidad son bastante más públicos de lo que quisiéramos admitir. Todos sentimos amor, desesperación, fastidio, alegría y por lo tanto el poema lírico (o la carta) resuena en nuestros oídos como si fuera el registro de nuestra propia experiencia vital. Por eso amamos a nuestrxs poetas, ellos escriben por todxs nosotrxs. ¿Puedes contarnos un poco sobre esos primeros años, sobre tu relación con la escritura entonces?

RS: Ya no voy a más, mi queridísima María Auxiliadora. Perdona, pero me cansé de hablar de mí -como dice en una de sus preciosas canciones el querido Cerati.

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